domingo, 20 de septiembre de 2015

El Brasil de las Interminables carreteras. Ciclos en el estado de ánimo, Juego, Hambre, Paranoias, Sueño Blanco y Mar. Adversidades y Amistades. El arte de la soledad, Calles, Revólveres, Cachaza, Músicos, Malucos, Trabajos. Reencuentros, Copa del Mundo, Fútbol !



























                                                                                                                            Febrero a Julio de 2014

El Chuy, frontera Uruguaya-Brasilera. Papeles a ventanilla, permiso para 90 días legales en Brasil. Como turbinas entusiasmo e incertidumbre refrigeraban la embravecida ruta. Ese raro sentimiento de estar en un país donde no hablan “tu” idioma, nos proporcionaba adrenalina necesaria rodando los primeros kilómetros de Rio Grande Do Sul. Fincas, sembrados, carpinchos surgentes de grande bañados a orillas del camino. Así 270 km hasta la ciudad de Pelotas. Paramos a cargar nafta (gasolina), buena vibra de los primeros brasileros con los cuales hablamos.

Seguimos porruta 116, alocadas maniobras de inmensos camiones sobre rutas en reparación, imaginen la kombi en ese contexto, escena digna de Transformer. De noche paramos en Camaquã. Cocinamos polenta, transpiramos pero la disfrutamos. Charlamos con unos camioneros, increíble la onda de esos locos, fumamos un poco, pasamos un buen rato. Al día siguiente con el Nico Mazzeo fuimos a vender bolsos al centro. Camaquã no es un lugar turístico, pero necesitábamos hacer algo de dinero, había que captar rápidamente la idiosincrasia del pueblo.


Caminamos bastante, vendimos solo una cartera. Cargamos combustible y decidimos meterle derecho hasta Florianópolis, 560 kilómetros. Velocidad promedio 70 km/ hr, quedaba un tranco largo. Llegamos a Porto Alegre, la contorneamos, pasamos por el estadio Arena del Gremio. Se hacía de noche, las autopistas plagadas, muchos nos gritaban alentándonos con señas de luces y bocinas.
Miles de luciérnagas andantes cruzando los peajes. Paramos en Osorio a prepararnos un café con leche. Era una Shell, fui a cargar agua. Había dos grifos, en portuñol pregunto a un tipo si había agua fría, se da vuelta mirándome serio y me dice: Gelada!, cargué el bidón. Nos cagamos de risa un buen rato después de interpretar el Gelada! de aquel buen hombre y continuamos la ruta. Día largo, mi copiloto no conducía y llevábamos 11 horas de viaje desde Camaquã. Horas 5 am, paramos en un posto (estación de servicios) grande y nuevo.
Unas duchas de lujo y gratis. Seguimos un par de horas más, cuando nos dimos cuenta estábamos en medio de las avenidas de Florianópolis. Alucinábamos de sueño, 15 horas conduciendo. Desesperados buscamos lugar, paramos un par de horas en el estacionamiento de un hospital, rendidos. Sin mapa, ni GPS terminamos luego en Campeche, una de las tantas playas de Floripa. Al fin un panzazo al agua y eliminar la mufa del largo viaje. Nos dieron unos mapas y nos fuimos a Canasvieiras.
Caminamos un poco buscando donde vender o tocar algo de música. Conocimos un personaje brasilero, Charles Gulgelmin, estaba buscando trabajo. Pegamos muy buena onda, fuimos un rato a la playa. Él estaba comprando algo para tomar, con el Nico conversábamos con unas chicas, se generó cierta tensión, miradas que venían de todos lados, nos dimos cuenta a tiempo que eran las novias de unos transas y el asunto no llegó a mayores. Gran persona Charles, parecía que nos conocíamos de toda la vida. Después nos encontramos con unos argentinos, Gonza y Caro.
Charlamos un rato, nos dimos cuenta que estábamos en situaciones parecidas, ellos venían desde Santa Fe viajando en una hermosa Dodge 68 y su proyecto Zarpeando Latinoamérica. Pegamos onda al toque, nos estacionamos con ellos frente a un gran terreno baldío. La camaradería comenzó a brotar, surgió la idea de vender tortas fritas, había practicado algo en Uruguay. Juntamos unos pesos, compramos ingredientes, amasamos, prendimos fuego en el baldío, grasa en la hoya, fritamos y encaramos la aventura. Vendimos todo en media hora, situación detonante de otra idea.
Teníamos unas cachazas del Nico y Fernet de los chicos, compramos hielo, azúcar, limas, coca y experimentamos. Mitad vendíamos, mitad tomábamos, nos alcanzaba para reponer y la verdad que nos divertíamos mucho. Repetimos un par de días, playa y cuelgues de por medio. Una noche frente a una banda callejera, se acercaron Erika e Ignacio unos argentinos a comprar unas cachazas. Minutos después un gracioso personaje bastante entrado en fiesta (bien despierto) a negociarnos unos tragos. No paraba de hablar (un portugués bastante encriptado) de sus habilidades motoqueras.
Sus ojos jamás pestañaron. Me puse a imitarlo después motivo por el cual nos reímos un rato largo. También nos encontramos con dos viajeros argentinos Herman Colombo y Lucas Di Francisco, buenos personajes que andaban en un auto, recorriendo y vendiendo sus artesanías. Algunos días Gonza y Caro iban a ofrecer sus zapatillas pintadas. El Nico preparaba la bandera de su proyecto musical, yo practicaba unos tangos. Algunas noches incursionábamos la pesca con pocos resultados, otras nos quedábamos cocinando, charlando horas y fumando macoña con un vecino, Felipe alto personaje de Canasvieras.

También fui a vender bolsos y mantas junto con unos ecuatorianos a quienes la policía quitaba sus cosas, por lo que estaban bien organizados para escapar cuando aparecía el patrullero. Estuve en esos trotes un par de días, escapando de la ley. Conocí en las calles un viejo hombre uruguayo, vendía esos monitos en triciclo con un alambre largo para llevarlos. Recordé de niño alguien vendiendo ese juguete en Salta, me dijo que era su invento, loco encuentro la verdad. Un día fuimos al centro de Floripa para hacer unos trámites en el consulado.

Entramos a un shopping por el WiFi, las puertas del baño se abrían solas. Que recibimiento para ir a cagar! Al salir tuvimos un altercado en el posto donde habíamos estacionado, nos querían cobrar, no sabíamos que era pago, nos putearon rodeando la Dodge y la kombi, querían literalmente prendernos fuego, piloteamos nuestra propia calentura para no ceder al baile de la contienda, a punto estuvo de armarse la podrida. Igual terminé en un hospital, por aquella tos que aunque débil seguía dando batalla.

Nos fuimos del centro para las playas de ingleses. Estacionamos en un lugar alejado del afiebrado movimiento turístico, a metros de una muy linda playa inspiradora de sonrisas y buenos ratos. Caminamos bastante buscando trabajo, fuimos a un par de construcciones, pagaban bien, pero no necesitaban gente. Al final conseguimos para cortar el césped en una casa, con eso tiramos unos días. Los mosquitos de noche eran asesinos, hasta el punto de hacernos levitar.
Un noche cocinando pizzas, llegó las policía y a punta de pistola nos hizo apagar el fuego, algún vecino no le caímos bien y nos buchoneó. El Gonza en una maniobra fantástica apagó el fuego dejando unas brasas, los policías se fueron y pudimos terminar las pizzas con ese poco de brasas, gran momento. La energía del grupo no estaba muy armoniosa, así que decidimos irnos a otro pueblo, no sin antes probar el primer caldo de caña. De chicos en Güemes íbamos a los cañaverales a cortar caña, el chacarero (cuidador) nos corría con el caballo y el azote.
Exprimíamos la caña con los dientes, acá la teníamos en un vaso fresco. Nos fuimos a Barra de Lagoa en la parte central de Floripa. Estacionamos en la puerta de una posada, bajo la atención no muy amistosa de sus dueños. Cocinamos en la playa escondidos, estaba prohibido. De repente comenzamos a sentir las miradas unísonas de unos tipos en contraluz de la luna y dispuestos métricamente, advertí que estaban ubicados como los nenes de “El Pueblo De Los Malditos” lo cual provocó una carcajada que cortó la tensión y se fueron.
La venta ambulante estaba difícil, un día la policía les quitó todo a unos artesanos. Bruno lunático, un loco que conocimos, nos contó como de mala manera le arrebataron mucho de sus trabajos. La barra de Lagoa es un lugar muy lindo, con una energía muy rara también, que si vas a hostels y restaurantes por ahí no la sentís, pero si en las calles. Nos contaron (para asustarnos?) que a un argentino que quiso robar lo mataron a golpes.
También habían violado a una mujer esos días, tal vez por esa razón lo enrarecido del ambiente. Otra noche no encontrábamos leña, vimos un ropero tirado en la calle, extirpamos la madera y nos hicimos un lindo fueguito. Conocimos en Praia chica, cruzando un pequeño morro a Julia y Ariane, chicas del otro lado del gran charco que estaban visitando nuestro continente, cocinamos algo y las invitamos, pasamos buenos ratos. Esa misma noche, a la hora de los vampiros filosóficos, apareció una mujer con unos cuantos años más de recorridos que nosotros.
Nos contaba historias de la Barra, de los personajes que alguna vez se juntaban por ahí con ella. Nos quedamos hablando de la vida, tomando cervezas (Bohemia) que disfrutamos como pocas veces, tal vez por que llegaba el momento de despedirnos del Gonza y Caro. Fueron días donde compartimos trabajo, amistad, incertidumbre, energías de todo tipo, pero en fin cosas que nos hacen aprender de nosotros mismos y del abanico de posibilidades azarosas que nos rodean, están ahí para abrazarlas y darle un sentido más amplio a este tramo de la existencia.
Con el Nico encaramos hacia Pântano Do Sul. Oficialmente había llegado el Carnaval a Brasil y este pequeño pueblito lo estaba recibiendo con un armonioso clima festivo. Un escenario con grandes músicos sonando, al frente un bar con miles de papelitos que los visitantes dejan, en uno de ellos la firma de Paul McCartney. Compramos pan, mortadela, cervezas y nos sentamos a compartir el Carnaval. La cosa venía muy tranquila, la gente pasándola muy bien.Al rato comenzaron a volar sillas, piñas, alboroto, corridas, policías, bardo, gritos, quilombo.
Nos subimos a la kombi en la que impactaban algunos golpes de puño. En medio de pibes sacando revólveres maniobramos como pudimos y nos fuimos. Una secuencia de película también. Paramos por Armação para bajar la tensión en una alcantarilla. Pasaban policías, ambulancias, gente eufórica. De repente aparece un loco en bici hablando español “El Uruguayo”. Comenzamos a charlar en medio de locuras diversas, aparecieron otros dos locos con un nivel alucinatorio interesante pero no violentos, uno con rara fonética hablando por ratos en portugués y por ratos en castellano con tono del norte argentino.

Cargamos a todos en la Infernal y nos fuimos a Morros Das Pedras casi amaneciendo. Paramos alado de un grafitti “morro das pedras onde o sol nasce primeiro”. Con el Nico y El Uruguayo nos quedamos para fundamentar con creces el mensaje de aquella pared. La metamorfosis de nuestros ojos al ritmo de la gran estrella que se incrustaba en sus primeros pedestales. Entramos a una pequeña favela para estacionar y dormir.
Al otro día después de una confusión con transas en la calle que la lluvia apaciguó, nos despedimos de El Uruguayo y volvimos a Pântano Do Sul. Caminamos un sendero por una montaña que nos llevaría tres horas más tarde a Lagoinha do Leste. Sendero de pura mata atlántica, tupida selva con interminables geometrías verdosas. Un solitario perrito nos recibió con el trasfondo turquesa, que en los vestigios de una barraca nos sentamos a contemplar. El Nico dedicó un tiempo a terminar su bandera, yo sacaba unas fotos. Luego caminamos otro sendero hasta una pequeña laguna dueña de una inconmensurable paz.
Meditamos un poco y emprendimos la vuelta para hacer noche en Acore, pueblito costero cercano a Pântano Do Sul. Día siguiente cruzamos al sudoeste de la Isla, Caieira. Caminamos un par de horas por otro sendero hasta Naufragados, una linda playa con barquitos y algunas personas pasando el rato. Fuimos hasta el faro en la punta de la isla, una increíble vista donde el Nico desplegó su bandera a la cual le dedicó muchas horas y mucho amor, pude
registrar ese momento y su felicidad flameando esa colorida tela en representación de sus compañeros de Cultural Mística.

Nos volvimos al centro. El Nico tenia micro a Buenos Aires, se terminaba una vertiginosa e importante etapa del viaje. Conviviendo con nuestros mambos, secuencias difíciles que capitalizamos en experiencia, la camaradería en potencia que sellaba una genuina amistad. Las horas, los caminos, las charlas, compartiendo nuestras utopías, nuestras paranoias. Agradecido de por vida de haber conocido al Nico Mazzeo.

Con la Infernal nos despedíamos también de Florianópolis hacia Guarda do Embau, pequeño pueblo de pescadores, surfers. Una vez estacionada la kombi comienzo a caminar sus callecitas, llego a un rio que cruzo caminando, y ahí están las playas. Mi traza de viajero, palestino en la cabeza, alteraba las miradas de turistas a mi paso. Contorneando el agua espumosa caminé bastante sin contar el tiempo, yéndome lejos.
Conocí gente muy copada trabajando con sus artesanías, Gime y sus amigas, chicas uruguayas con las que compartimos unas cervezas y buenos ratos mientras vendíamos. También conocí a Sole Del Viento una artesana argentina que comentó de un lugar llamado El Valle de la Utopía, al cual se llega caminando varias horas. Ella estaba viviendo en una especie de camping comunidad que quedaba por ahí, pero tuvo que volverse por unos pibes que después de haber consumido cucumelo creían ser animales salvajes.

Me mandé caminando para esos lugares cruzando algunas playas, sierras por senderos, hasta comenzar a ver un paisaje como su nombre lo anticipa. Cebúes pasteando por los cerros de un lado y al otro las alcantarillas disipando ritmos percutidos por el océano. Seguí camino, de lejos vi el camping de los amigos cucumeleados, hasta llegar a una pequeña playa, Praia de Maco. Medité un poco por ahí y volví por otro camino, un pequeño morro que conecta con un pueblo llamado Pinheira.

Caminé un poco sus calles hasta enfilar de vuelta para la Guarda. Barsitos, artistas callejeros los cuales a algunos restaurantes no les caían bien. La Infernal estaba a unas cuadras del punto céntrico, afuera de una casa abandonada. Después de recorrer volvía a mi kombi, a cocinar, pensar en mi existencia y apaciguarla con el sueño. No todo es turismo, sino existencialismo. Las zonas de confort no existen o no llegan a desarrollarse debido al azar infinito y maniático de la búsqueda espiritual. Viajo con mis paranoias, mis autoflagelos.
Lidiando con el boicot neuronal que se disipa en el disfrute del paisaje novedoso y con la sabiduría de personas que apaciguan ansiedades del mundo superficial. Un día me despierto con el ruido de un remolcador, miro por la ventana trasera y un vecino señalaba para donde estaba yo. Pegué un salto al volante pensando que me llevaban. El camión se iba acercando, la kombi fría no arranca, mientras el camión iba pasando despacio. Lo que en verdad iba a buscar era un auto averiado delante de la kombi.
Secuencia fea, cuando uno se pone persecuta. En dos segundos perdés la cabeza llevando la imaginación al caos. Llegaba el momento de dejar la Guarda. Soledad del Viento estaba yéndose también. Nos fuimos juntos charlando un poco por los caminos. Pasamos por Bombas y Bombinhas, ciudades de playas más grandes. Una visita ráfaga para curiosear un poco. Llegamos a Camboriú, la Infernal metiéndose por edificios y avenidas, paramos a media cuadra de Av. Antártica, preparamos un café con leche y nos fuimos a tirar los paños afuera de un shopping.

Tuvimos poca suerte con la venta. Sole se fue un rato, después volvió con una bolsa llena de porciones de pizza que le habían dado. Compramos una coca y nos fuimos a comer y seguir las charlas. Al otro día Sole preparo sus cosas y partió a dedo de Camboriú hacia Curitiba. Siento gran admiración por ella, joven y con la decisión de cambiar una vida que tenía en Buenos Aires, aprender artesanías y salir a conocer los caminos, que a pesar de los riesgos le dan un sentido más digno a su existencia.
Durante varios días estuve vendiendo en el mismo lugar. Una noche tenía hambre, me acerqué a un restaurante cargando mis cosas a pedir comida, me dieron una bandeja con papas, porotos (feijao), carne, todo caliente. Otro día en otro lugar una bandeja con pizza, variedad de pan en una pastelería. Buscaba con quien compartirlo en las calles, no encontraba a nadie. Me pareció raro, ciudad con edificios modernos, autos lujosos, mientras más riqueza acumulan pequeños sectores, la desigualdad elocuentemente proporcional está a la vista, como en muchas ciudades grandes.
En fin, terminaba bajo monstruos de cemento, comiendo solo. Había visto un cartel de un torneo muy importante de Poker, mi economía no venía muy bien y no le di importancia. Una noche los astros comenzaron a ponerse las pilas, vendí mantas, carteras, bolsos (cosas que llevaba desde Villazón para financiar el viaje) a contingentes de jubilados argentinos, turistas brasileros. Una cosa fue llevando a la otra, terminé en el torneo de poker. Y si, la cabeza es un bicho jodido de dominar, mis deseos de jugar pudieron más, me gustan los torneos por que no los considero una timba, me sentía capaz.

En medio de cientos de brasileros en un lujoso salón de hotel, entraba yo con un pantalón rayado, ojotas, morral y anteojos negros. Me senté y pude llegar por lo menos a los cobros lo que triplico el valor que había puesto. En Camboriú conocí a Gabriela Rabella, una hermosa rastafari con toda la onda del mundo. Pasaba siempre con su skate por donde yo vendía, conversábamos un rato, me dejaba una sonrisa en medio de la incierta aventura diaria. Me compró una carterita y me regaló un libro, que me sirvió muchísimo para aprender un poco más de portugués.
También conocí otra Gabriela (Britto) por la costanera, ella caminaba pensativa sacando fotos, charlamos un rato, ella es del norte brasilero, buena gente. Me fui de Camboriú escuchando algo de Lisandro Aristimuño, artista que estaba lejos de mis gustos musicales, pero que por la compañía de sus buenas composiciones, comenzó a agradarme. Hice noche cerca de Joinville. Al otro día unas horas en Ruta hasta llegar a Curitiba. Me habían hablado muy bien de esta ciudad. Entré sin mapa, ni GPS, conectando solo a mi intuición bastante filosa a estas alturas.

Recorrí sus avenidas hasta el centro, llegué al Jardín Botánico, saque unas fotos, vino la lluvia lo que ameritó una siesta. La tarde caía rápido, deambulando con la Infernal sin conocer las calles curitibanas, preguntando en los semáforos. Paré en un inmenso Centro Comercial, intenté conectarme a internet, estaba incomodo, repleto de personas, los guardias hacían elocuentes análisis a mi falta de elegancia shopinezca. Me fui del lugar, justo cuando un policía estaba por multarme por mal estacionamiento.

Seguí deambulando ya bastante desorientado y desmoralizado, veía algunas torres iluminadas a las cuales quería llegar pero terminaba perdiéndome, quería hacer noche en la ciudad, a esas horas la paranoia comenzaba a dominarme. Curitiba y yo no congeniamos a primera visita, por cuestiones quien sabe si astronómicas, astrológicas o qué, no era el momento. Hice noche en un Posto alejado sobre Ruta 116. Me acuerdo haber visto estacionado un añejo Mercedes 1114 viajero patente argenta, pensé hablarlos al otro día temprano, pero arrancaron antes.
Desayuné y nuevamente a las rutas. Autopista concurrida, camiones que van a Sao Paulo. Gran línea de cemento desplegándose en medio de morros (cerros) con grandes vegetaciones. Por ahí andaba la Infernal, aguantando congestionadas horas del ansioso tráfico. Varios pueblos iba cruzando, Pariquera-Acu, Registro, Miracatu, a la altura de Pedro Barros desvié hacia la derecha retomando la gran Ruta 101. En un pequeño lugar llamado Itariri, me quedó grabada la imagen contrastante de un edificio de unos 11 pisos que sobresalía sobre aquel pueblito rutero.
Me encontraba de vuelta con la costa, en Peruibe. Ahí comienza un gran tramo costero, Itanhaém, Praia Grande. Ya de noche me acercaba a Santos, Cubatão y el acceso a Sao Paulo. Todo se transformó en una tétrica sinfonía de camiones, puertos gigantes, accesos y retornos confusos, colosales refinerías escupiendo grandes superficies de humo muy denso que se sentía en el aire. Punto neurálgico de exportación e importación del Brasil. Me llamó la atención las favelas asentadas en ese entorno de pura contaminación.
Toda esa parte del camino estaba en reparación, carteles provisorios, desvíos por todos lados. La paranoia era amedrentada por la adrenalina y el instinto. Al fin comienzan a verse menos vehículos, menos luces, menos apuro, me alejaba del caos. A 60 kilómetros Bertioga, cargo combustible y sigo. A lo largo de esos caminos muchos condominios con salida al mar. También lugarcitos más populares como Vila Sahy, poblados de la zona de Camburí. Luego de pasar por Boicucanga comenzaba una pronunciada y sinuosa subida, que después se trasformaba en una pendiente con curvas cerradísimas hasta llegar a un poblado de playas llamado Maresias.

Estacioné en una placita frente a un monumento al Surf, el lugar parece ser sagrado para los amantes de las tablas. Cociné una polenta y me dormí. Al día siguiente caminé un largo rato por las arenas, al volver mientras una pareja discutía a los llantos alado de la kombi me fui despacio por la 101. Llegué a São Sebastião, al frente la gran Ilhabella. Me metí un poco por la ciudad, el centro histórico, la parte más antigua y pintoresca del puerto.


Tomé un caldo de caña en el puestito de una señora al costado del camino y me fuí. Caraguatatuba, Maranduba, Ensenada, Ubatuba. Línea imaginaria que divide los estados de São Paulo y Rio de Janeiro por entre cerros de mata atlántica, sublime collage natural con soberbias sombras compañeras de este alucinante camino. Me acuerdo de un cartel que decía Quilombo, lo que en Argentina entendemos por lío, problemas, cabaret. La palabra tiene su origen en África, pero en Brasil pasó a designar los emplazamientos donde vivían los esclavos fugitivos que habían escapado de las plantaciones y minas controladas por                                                                     esclavistas portugueses.

Por esa zona hay comunidades Quilomberas aún. Llegué a Paraty, pueblo bastante turístico sobre todo en su parte costera con arquitectura ultracolonial, diferencia bien marcada con otra parte de la ciudad. Calles empedradas que llegan hasta la orilla del rio donde barquitos de todos colores salen a pasear por la Bahía de Ilha Grande. La ciudad fue durante el período colonial brasilero (1530-1815) sede del puerto exportador de oro más importante de Brasil, imaginen el tráfico de esclavos y las atrocidades que por ahí reinaban.

Comencé a entender eso de Quilombo. Me hice amigo de un artesano peruano, de una paulista también artesana y de unos argentinos. La lluvia no me dejó vender, la Infernal descansaba al frente de una iglesia grande y vieja. La noche despertaba la imaginación con vida propia, silencio soberbio en el antiguo pueblo pirata, almas de esclavizados y esclavizadores dirigiendo los vientos. De repente frena un auto a observar la kombi, con el machete en guardia estaba ahí solo y lejos del confort, lejos de los afectos.
Nunca sabés si la secuencia que arma tu cabeza es real, estaba ahí en retaguardia tras el caparazón de chapa. Corrí apenas la cortina, miré los movimientos que pudiera desatar el descontrol. Se retiraron, la tensión se fue dilatando, no estaban contentos con la Infernal parada por ahí, al menos eso interpreté y me fui del pueblo. Cerca de Paraty estaba Trindade, 15 kilómetros adentro. Pueblo pequeño de pescadores, playas, bares y hostels. Al entrar a pueblos chicos como foráneo se genera un ambiente fluctuante, voy analizando el terreno, las fuertes miradas de lugareños que ven entrar una kombi pintada, patente argenta, presagiando quizás cierta soberbia o histrionismo de mi parte.

A la vanguardia el instinto y la diplomacia necesaria para sobrellevar ese momento digno de películas del Spaguetti Western. Estaciono, un saludo que es reciproco a medias. Caminé un poco, comí una hamburguesa en un lanchonette y volví a la kombi. Altas horas de la noche, el pueblo despierta a los noctámbulos que deambulan las calles. En un momento rodearon la kombi, de vuelta me ponía en guardia machete en mano.

Voces balbuceantes que a medias entendía, y se alejan. Al rato siento algo sobre el techo, empuño el machete y salgo decidido a cualquier cosa con la locura a flor de piel, resultó ser un enorme gato. Vuelvo a mi trinchera. Minutos después se armó una pelea a metros, entre “amigos “que disputaban sus cuestiones existenciales. Uno de ellos, con furia, viene dirección a la kombi, con un chumbo en la mano, pasa de largo y comienza a disparar al aire, cada cual con su terapia descargadora.
Sin saber cómo seguían resolviendo sus asuntos, al rato de meditar la secuencia me dormí. De mañana, caminé una de sus playas y me fui. La tónica en la ruta seguía siendo aguas turquesas y grandes plantas. Barra Grande, Sao Roque, Taquarí, Tarituba, Mambucaba. De repente entre las curvas de los gigantes verdes, anclada entre el mar y la costa de Itaorna, una enorme central Nuclear. Viéndola imaginaba alguna travesía de Alejandro el Magno en sus caminos por expandir su imperio y encontrar alguna ciudad persa. Más allá comenzaba a ver un poblado más grande, con más colores, tupido tránsito que iba colapsándose progresivamente, estaba llegando a Angra Dos Reis. Pintorescos cerritos en medio de la ciudad, casas de colores, que por esas horas aumentaban el vuelo fantástico por el que me que sumergía hasta llegar al centro de Angra. Paré a descansar en el boulevard principal. En la mañana me tome el ferry hacia la ILha Grande, unos 30 km.


Lugar paradisiaco, no hay vehículos. Comencé a caminar sin rumbo, bañándome en cuanta playa encontraba en el camino, seguí caminando durante varias horas hasta llegar a una cachoeira (cascada) bien adentro de la isla. Unas horas meditando en el lugar, emprendo la vuelta, me encuentro con otra cascada, y personas, entre ellas Agustina
Costello una rosarina, charlamos unos minutos y volví al puerto. Hay bares, casas, alojamientos. Es un lugar para quedarse varios días. Quería volver a la Infernal y seguir las rutas. Deslumbrado por uno de los atardeceres más bonitos que vi, llegaba a Angra, divisando en miniatura a la Infernal, esperándome. La ruta se transformó en autopista, me iba acercando a una ciudad más grande. Después de pasar varios poblados al costado de la autopista y manejar varias horas me di cuenta que estaba entrando a unos de mis grandes destinos, Río De Janeiro. La Infernal inmiscuyéndose en esa enorme urbe de la que tanto había oído hablar. Me acordaba de aquel día que salí de Güemes, cuantos kilómetros pasaron, ahora La Infernal rodando por estos lugares. Avenida Brasil y el asombroso show multicolor de cientos de miles de casitas dispuestas como olas hacia el horizonte, el sol escondiéndose en esos momentos.
Emoción y adrenalina por mis venas. Camiones, ómnibus, autos, camionetas por miles. Pasarelas numeradas con cientos de personas de un lado a otro. Sin GPS, solo el instinto y algunos carteles que podía llegar a leer. Estuve un par de horas
perdido en esas avenidas, hasta que di con el mega puente Niteroi, uno de los puentes más largos del mundo (13km), conecta Rio con Niteroi. Pensaba ir hasta Espíritu Santo, donde estaban Marta y Maria, mis amigos catalanes, así que seguí viaje un par de horas más hasta llegar a Casimiro de Abreu. Muchas horas conduciendo, muchos días, no me quedaba mucho dinero. Medité un poco, decidí pasar la noche y volverme a Rio. No quería conducir más, estaba desmoralizado y con la espalda destrozada. Al otro día me bañé en una vieja Shell y volví a Rio pasando por Sao Gonzalo, inmensos puertos.
Río de Janeiro mostrándose bonita por donde uno mire, desde el soberbio puente Niteroi. Inspira mucho respeto cruzarlo, miles de vehículos, grandes carteles electrónicos, pensaba “si se rompe la kombi acá estoy en el horno”. La Infernal penetrando la metrópoli en una tarde increíble, yo sonriendo caricaturescamente. Contorneando el puerto, una parte del centro hasta dar con la avenida Don Henrique, donde la colosal figura del Pao de Azúcar aparecía como un enorme Godzilla. Tenía información de que ahí podía estacionar, en unos minutos llegué al lugar para anclar la kombi en el lugar donde viviría sin tenerlo planeado por tres meses. Ahí estaba Juvenildo “Biyu”, quien cobra el estacionamiento, pegamos buena onda de entrada. Plaza Tiburcio de un lado, al otro la hermosa Praia Vermelha a los pies del Pao de Azúcar.



Esos días fueron de reconocimiento, por las mañanas calzaba auriculares y caminaba por varias horas. Urca, Botafogo, Flamengo, Lapa. Leme, Copacabana, Ipanema. Iba metiéndome en la onda de la ciudad buscando donde vender mis cosas. De tarde me sumergía en la Vermelha y me sentaba a ver como atardecía y cubría la gigante sombra de piedra la Bahía de Guanabara. Mis comidas eran polenta, fideo o arroz con huevo, perejil y oliva. Solo una vez al día las disfrutaba respetuosamente, el resto del día alguna fruta. Iba conociendo algunos personajes. Uno de ellos “El Maluco Leo”, oriundo de Pernambuco, desde sus 12 años anda por las calles de Brasil, hoy la Praia Vermelha                                                             es su hogar. Me pasó el dato donde cargar agua en una de las puntas                                                               de la playa.                                                                                                    




El Leo tocaba la puerta de la kombi para compartir su comida Es un loco con carácter muy particular, se agarró a las piñas en varios trabajos que tuvo, me contaba que lo querían cagar o explotar. Es un loco muy generoso, si estas en las calles desde los 12 años o te endureces o te come la ciudad. Alado de la kombi, para un lado estaba el carrito de la Tía Elsa, para el otro el carrito de la Tía Rose. Vendían sándwiches, cachorros quentes (panchos), eran mis vecinas.
En mis despertares, el cotorreo de voces turísticas y helicópteros aleteando por la Bahía, la noble sombra de un árbol con monitos pequeños que bajaban a manguear, el contorsionismo para preparar el desayuno sin salir de la kombi.
Caminando por Botafogo me encuentro con Ana Ale, quien había conocido en Valizas. Estaba vendiendo sus diseños en una vereda. La acompañé a Copacabana a comprar unos regalitos, ya que al otro día volvía a Buenos Aires, fue corto el encuentro pero grato, ver a alguien conocido en semejante ciudad y de casualidad fue motivador. Al otro día y por muchos días más, comenzaba a vender mis cosas en ese mismo lugar, la vereda del Shoping Botafogo, junto a otros artesanos argentinos como el Damián, el Cordobés, Juan, Maxi Martínez. También conocí ahí a Matías Becerra, Elian Caceres y Nesta su hijo, con quienes compartimos vereda varios días.


Casi todos mis días, desayuno fuerte (café con leche, avena y miel), guitarra, libro, y caminar con las cosas hasta Botafogo, unas 30 cuadras. Se vendía bien, usábamos el baño del shopping, el WiFi, a media cuadra El Chino para comer algún salgadinho con caldo de caña. Por las noches volvía a mi “hogar”, la plaza tranquila, algunas luces en la playa, gente más en plan pensante que eufórico. Los fin de semana, se
armaban altas fiestas, entre mi kombi y la de un viejito hacían de baño y biombos para tener sexo. Los días de semana siempre estaban los mismos viejos pescando, cagándose de risa. De noche me sentaba a contemplar la Bahía. Algo que me alucinaba era ver la silueta de los inmensos barcos, todo un ritual, las luces del horizonte contrastaban sus monstruosas formas, personajes fantásticos en medio del océano, sin perturbar las realidades efímeras de la ciudad. Me iba a dormir con las innumerables variantes que a esas formas le adjudicaban a mi vuelo onírico. Al día siguiente conocí al Chuya Jd, un viajero peruano con su bicicleta. Comimos juntos, charlamos de su viaje del mío, de música, de la existencia bastante cíclica en los solitarios caminos. Al otro día se fue a continuar su viaje, un gran personaje El Chuya, buena gente.
Otro personaje que conocí fue Andrea, italiano, camisa hawaiana, valija añeja y una hermosa guitarra. Venia viajando mucho, haciendo su música. Se quedó unos días en la kombi. Fuimos al Día Nacional del Choro (folklore) en Ipanema, pudimos escuchar a un grande del estilo, Joel Nascimento. Anduvimos también por Santa Teresa, lugar de casas viejas, favelas, cerros, las vistas más increíbles a Río. Tomamos unos tragos en un barcito. Todo un personaje el Andrea, un tano de esos bien soñadores.


También esos días en la Vermelha conocí al amigo Lisandro Forte un viajero marplatense, compartimos unas charlas, buena onda el cumpa.  También Danaé Dugardyn, francesa radicada en Rio, estaba practicando acrobacia sobre telas colgada de un árbol a orillas de la Bahía, la filmé, después charlamos un poco. Hubo un par de semanas en que los días estuvieron lluviosos. Encontré por
internet un club clandestino de Poker. Me tomé el Metro de Botafogo a Cinelandia, centro de la ciudad. Lugar donde confluyen energías varias, construcciones antiguas, el teatro municipal, y en el piso 20 de un edificio estaba el Rio Poker Clube. Varios días me la pasé jugando torneos, mesas vivas, Holdem, Omaha durante horas. Imaginen un argentino estaba intentando ganarle completamente de visitante. Comencé con cierta tensión, pero a los días era uno más. Había ganado algo, después lo perdí. Salía tarde de ese lugar. Una de esas noches, mientras esperaba el ómnibus, conocí a Mariana Nascimento, una paulista estudiante de museología.
La acompañé hasta su casa en Lapa, a unas cuadras de ahí, cuadras que a esas horas son densas. Unos días después nos encontramos nuevamente en Lapa, tomamos una bebida llamada pinga, en un viejo bar. Caminamos por Lapa, Escadaria Selarón, lindos momentos con Mariana, linda persona. Más de un mes en Rio, en esos días grises la playa Vermelha se volvía desolada. Un día me despierto con serios problemas de hemorroide, así como suena. Me agarró miedo, solo, a miles de kilómetros de mi ciudad, lejos de mi gente, sin
seguro médico, y sin saber dónde atenderme. Traté de calmarme, al rato veo el libro que me había regalado Gabriella en Camboriu sobre la Orinoterápia, milenaria forma de curarse que los orientales usaron durante mucho tiempo. Tal vez al escuchar por primera vez resulte repulsivo para la sociedad actual acostumbrada a la medicina tradicional occidental. No llegué a tomar mi orina, la usé como tónico dermatológico. Tenía agua para cocinar, mercadería, varios días que duró el tratamiento, no salí de la kombi, solo para ir al baño. El remedio fue efectivo y hasta los días se pusieron lindos.
Así que volví a las calles, esta vez a Ipanema. Me senté a vender junto a Gustavo y Nancy chicos de Misiones, Cristian y so novia de Bs.As, Darío de El Chaco y a Daniel Kily Lobo gran personaje tucumano que ya conocía de vista en mis tiempos de Facultad de Arte en Tucumán, fue muy loco encontrarlo ahí. Pasamos buenos ratos con todos ellos. Con el Chaqueño, el Kily y sus títeres un par de noches trabajamos en Copacabana. Algunas noches me iba al centro comercial Rio Do Sul por el WiFi, después alguna sopa en las esquinas y a caminar noctambulando por las calles.
A pesar de cierta nostalgia, melancolía, soledad, disfrutaba haber llegado hasta Rio de Janeiro. Muchos me alertaron de lo peligroso de Río, pero este sistema hizo a toda ciudad del mundo peligrosa, y si estás bien conectado con tus instintos podes eludir esos peligros y aprender mucho en las calles. Otro día, vendiendo con el Maluco Leo, se acercaron dos chicas, estudiantes de Trabajo Social, realizando encuestas a vendedores en la calle, Laôa Freire y Carinne Leal. En un portugués bastante rebuscado iba piloteando las respuestas. Por
ahí comenzaba a responder sin haber entendido la pregunta, lo que generaba la sonrisa espontanea de todos, fue un momento de buena vibra. Nos encontramos otra vuelta con Laôa en la universidad de Rio con sus compañeros en un edificio tomado dentro de la facultad, donde hacen debates, manifestaciones artísticas, estudian, un lugar bastante cargado de energía. Hablamos de muchos temas, política, sociologías, música. Fue muy lindo conocerlos. Un día mi amigo Biyu me presenta a dos cordobeses recién llegados, Benjamín y Anahí. Andaban en una estanciera naranja, muy bonita, estacionaron cerca de la Infernal.
Al toque pegamos onda, bailarines, malabaristas, músicos. Compartimos esos días contándonos nuestras vidas, cocinábamos. Se nos ocurrió hacer algo juntos en los trenes subterráneos. Ellos hacían kontact con una bola de cristal, con mi charango comencé a musicalizarlos. Nos complementábamos muy bien divirtiéndonos bastante. El Benja es un personaje muy carismático, comenzaba haciendo las presentaciones en cada vagón al que entrabamos. La gente se divertía, no están acostumbrados a los artistas en los trenes, está prohibido.
A medida que se acercaba la fecha del Mundial de Fútbol, aparecían artistas callejeros por todos lados, la mayoría eran argentinos. Tuvimos persecuciones cinematográficas de la policía por los vagones. Zafamos un par de veces, la gente nos ayudaba a escondernos. En una nos agarraron y nos sacaron del tren en el norte de la ciudad, alejado de todo lo excéntrico que la ciudad muestra. Nos dijeron que eran zonas peligrosas, tal vez el benévolo horario nos ayudó, 11 am. Nos subimos 20 cuadras más al norte en otro tren. Una mañana estacionó un camión con una pareja de alemanes.
Con poco saludo preparaban su mesa elitista y desayunaban haciendo de la playa su patio. Al día siguiente amaneció lloviendo,la señora alemana me llama, me dice que era el cumpleaños de su marido (hablamos inglés muy básico) y que nos invitaba al camión a festejar. Fuimos, música, champagne, vodka, alguna comida, pasamos un buen rato. En un momento el surrealismo aparecía engendrado de fusión cultural. Comencé a tocar en la guitarra” Quien se ha tomado todo el vino” de la Mona. El alemán (matemático y conservador) ya borracho a estas alturas, comenzó a cantar el estribillo cual fiel seguidor vitalicio de la Mona, “Queee toma toal vino oooooo”.


Nos cagamos de risa, la pasamos muy bien con los veteranos germánicos. Un día tuve que ir al Aeropuerto de Galeão para renovar la visa. Avenida Vargas a metros del mercado popular de Uruguaiana, con la ayuda de Diego Medeiros, tomé el bus hasta la Universidad en Isla de Fundao y otro al Aeropuerto. El trámite era en las oficinas de la policía federal.
Una odisea llegar desde Urca, fui tres días por diferentes cuestiones, pero tenía 90 días más de visa. Con Etanol comprado en las gasolinerias, cortábamos una lata de cerveza y listo, teníamos una llama para cocinar. Trascurrían las semanas, de noche nos trepábamos en un morro de piedra, el Maluco Leo nos llevaba, sobre la desapercibida morada de un viejo pescador, Don Caterino. Cuando las aguas se ponían bravas, se lo veía maniobrando su precario bote en medio de la Bahía de Guanabara. Íbamos a charlar, fumar un baseado, mirar el alucinante cielo. De la inmensa sombra del Pan de Azúcar salían los aviones, como de una gran nave madre extraterrestre.

También anduvimos por Praca15, la parte mas antigua de Río, revolviendo una feria de antigüedades, entre medio de iglesias y otras  construcciones añejas perteneciente algunos siglos atrás  los reyes y toda esa parafernalia. Un día llegaron en una camper un matrimonio de franceses, Pierre y Virginie con sus hijos Vatea y Theo. Venían viajando por toda América. Compartimos comidas, música, cervezas y hasta hablamos de poker con Pierre, me contó que conoce a Grospellier, un genio. Después de unos días se volvieron a Francia. Una noche se acerca un personaje. encapuchado, actitud persecuta, con un bolso al                                                               que cuidaba mucho, pasó una patrulla y desapareció.                                                                                          

Al otro día volvió, nos miraba, miraba las camionetas, iba para un lado para otro, preguntaba cosas, no le dábamos mucha atención, así varios días. Como que nos acostumbramos a verlo, al parecer su cabeza habitaba un mundo fantástico que alternaba con el “real”, El Maluco Danielle. Era paulista, contaba que fue soldado del ejército, había renunciado a una familia acaudalada. Hablaba de balística, de música, quería que intervengamos artísticamente todas las esquinas
de Rio. Un día apareció con un collar de perlas, argumentado contenido sobre la materia. Otro día apareció con papeles, diciendo que había heredado varias casas en Rio. En su bolso llevaba una vieja laptop. Se lo podía ver leyendo cosas en su máquina, y para sorpresa mía estaba jugando pokerstars. En unas de esas fiestas en la playa, le convidaron bastante vodka. Al día siguiente resaqueado, con su tono pausado e introvertido nos cuenta que le robaron sus cosas. Otro gran personaje, muy conocido, Severino Gomes da Silva “O Ermitão da Praia Vermelha”. Vivió 30 años en una cueva junto a un gran árbol, en medio de la mata al pie del Pao de Azúcar. Poseedor de cientos de historias por ahí transcurridas, de naufragios, rescates, suicidios, amoríos.


Conocedor como pocos de la naturaleza y fauna en esa mata. Es la única persona con permiso del Estado para vivir en esos lugares. Muchas son las noches que conversamos. Hoy en día vive en un rancho a unos metros de la playa, y se lo puede ver caminando al ritmo de su templanza. Varias veces fuimos a aquella cueva, hasta grabamos un video para el proyecto. La Infernal y su dualidad de porte andariega y corajuda para los caminos, con la ternura de sus colores y formas, era motivo de fotografías todo el tiempo.

Hasta para sesiones más profesionales. Elde, Patricia, y Pedriná, pertenecían a una agencia de publicidad, vieron en la Infernal y en la estanciera naranja el toque vintage que necesitaban para su producción. Los viernes mujeres y hombres entrados en edad, llegaban en una kombi y largaban a tocar música folklórica choro, bossa, samba. Vendían sopas, salgadinhos. Me acercaba a disfrutar de ese encuentro con espíritu familiar.


Otro personaje, nunca supe su nombre, lo veía vendiendo Paçoquita (dulce de maní) y otras golosinas, dormía en la playa bajo unas mantas, hablaba solo, por alguna extraña conexión neuronal me hacía acordar mucho a Hendrix. Un viernes de esos que estaban tocando los viejos, se acercó comenzando a bailar como nunca en la vida vi bailar a alguien, la energía que derrochaba el maluco deslumbraba a cualquier desprevenido. También los domingos a la tarde, alta música con El Miraculoso Samba Jazz, cuarteto de virtuosos músicos que como su nombre lo indica fusionan dos estilos dándole a la tarde la energía que  merecía.                                                         

Pude grabarlos, mientras tomábamos unas cervezas con Thiago Krof, amigo de la banda, técnico en grabación y músico. Una tarde llega por la Vermelha un amigo de mis tierras, el Gonza Tache, Andaba paseando por esos lados, esperando la copa del mundo. Pasamos buenos ratos varios días, me ayudó en las ventas, fuimos a un par de fiestas. Todo un personaje el Gonza. También llegaron de sorpresa en la Dodge para sumarse a la Infernal y la Naranja el Gonza y La Caro (los santafesinos) venían con Claudio, un amigo de sus pagos. Y para más alegría todavía llegaron (si, lean bien) Ulises y Jennifer. El Chaltén, Buenos Aires, Valizas, y ahora nos encontrábamos en Río de Janeiro.

Celebramos con una comida la gran comunidad que se armó en Praia Vernelha; El Maluco Leo, El Biyu, Benja y Anahi, El Maluco Danielle, El Gonza de Güemes, El Gonza y La Caro, Claudio, El Uli y La Jenny, Yo, mas El Chef Hector, un personaje copado que vino por esos dias. Se agrandaba la olla también y para llenarla íbamos a las ferias de frutas y verduras y de lo que tiraban llevábamos para reciclar. Esas ferias son increíbles. Cantidad, variedad de frutas, verduras, pescados. Cada día se trasladan (en kombis) a distintos barrios de Rio.
Fuimos un día con el Uli y el Gonza hasta Copacabana, rescatamos mucho, había que caminar 45 cuadras trajinando esos cajones, pero tuvimos comida unos días, valió la pena el esfuerzo. También íbamos a buscar mariscos en las rocas, en medio de aguas embravecidas, siguiendo los consejos del Maluco Leo, gran conocedor. Los arrancábamos de raíz para luego cocinarlos al disco. El Mundial de Fútbol estaba cerca. Floja víspera de un evento de tal magnitud, en un país futbolero por excelencia, tal vez por las fuertes controversias sociales producidas los últimos tiempos, motivadas por la magnánima organización del mundial en un país que sufre muchas de las injusticias                                                             que el capitalismo trajo.


En el Club Botafogo (mi club brasilero) anunciaron la venta de entradas a precios oficiales, dentro de todo accesibles ya que se hablaba de reventas altísimas. Había juntado algo de plata y me fui a pasar primero una y después otra noche en las instalaciones del club. Pero al amanecer desayunábamos la frustración anunciada por altavoces, sospechosamente no quedaban entradas. La gente puteando en todos los idiomas, estaba la cadena O’ Globo con toda su parafernalia. Imaginen el caos, a un costado veo la pareja de
alemanes que cantaron el tema de la Mona, desayunando con parsimonia playera contrastando el agite del resto, secuencia fílmica. Una de esas noches de espera conocí a Joshua, personaje Brasilero-Salteño, hablaba portugués y español con canto de mis pagos, hasta nos hicieron una nota para la tele. Tuve la agradable noticia de que mi hermano Diego vendría de Argentina, nos volveríamos a ver después de más de un año, el había conseguido entradas para un partido. La Copa Do Mundo estaba a un par de semanas, y a nuestra pequeña comunidad en la Praia Vermelha le quedaba poco. Cayó la policía (prefeitura) de manera no muy amistosa a pedirnos que nos fuéramos, amenazando con remolques.


Se armó un despliegue, discusiones, dimes y diretes, que seguro podía verse desde la punta del Pan de Azúcar. Al parecer no dábamos el perfil de turista que pretendían mostrar al mundo para el gran evento. Tres camionetas con colores, gente haciendo música, cocinando y comiendo juntos, decidieron sacarnos de ahí. Fue muy loco irme del lugar que había sido mi patio por casi tres meses. Nos fuimos y con el envión, Benja y Anahí aprovecharon para
despedirse de nosotros y de Rio, grandes compañeros de aventuras, grandes amigos con los que compartí enormes momentos. Los que quedamos fuimos a una placita en Urca, cerca de donde estábamos, provisorio, no esperábamos aguantar mucho en esa zona residencial. Desde la plaza nos movíamos a pie para todos lados, nos conectábamos con el WiFi de la universidad a pocas cuadras, nos camuflábamos de estudiantes. Además de conectarnos íbamos al baño, pasábamos el rato. Yo hasta me bañaba ahí, y permítanme contarles que me he bañado en un inodoro, así como suena.
Esperaba que los lavaran con lavandina, la presión de agua era muy buena y con un balde me enjuagaba. Siempre fue difícil bañarme durante el viaje, difícil para el que está acostumbrado al confort. También colgaba trapos en mi kombi a modo de biombo tiraba agua con un bidón, y créanme que en Rio también se extraña el agua caliente. Podemos adaptarnos a dificultades, al final se vuelven relativas, nos acostumbramos a algo y creemos equivocadamente que sin eso, nos morimos. Con Uli y Jenny fuimos a ver obras de Salvador Dalí y Picasso gratis en el Centro Cultural CCBB. Esa noche bajo de un auto un extraño personaje con bastón y pañuelo en la cabeza, se sentó a comer con                                                               nosotros con porte gurú contando algunas cosas, pararon unos pibes                                                                    en un auto se insultaron, lo amenazaron con una pistola y se fueron.


También fuimos al viejo y conocido Cristo de Rio, pero no por donde va todo el mundo, sino atravesando todo el Parque Lage. Luego de caminar 4 horas y subir el Corcovado, extenuados pero felices llegamos al icono carioca por excelencia, de donde se ve la ciudad como desde una nube. Inauguración del Mundial de Fútbol! Fuimos al FanFest (lugar alternativo a los estadios con pantallas gigantes) en Copacabana. Primer partido Brasil-Croacia. Caminábamos en la multitud, en eso me encuentro a Gustavo, amigo de venta en Ipanema.


Estaban entrando al predio con una conservadora llena de cervezas. Un calor de puta madre, no los dejaron entrar con bebidas. Me dejó la conservadora llena, unas 30 latas. De entrada nos tomamos diez cervezas como si nada. Al toque se me ocurre que podríamos venderlas. Fuera del predio a lo largo de Copacabana había gran movida, gente banderas multicolores, euforia. Las 20 latas las vendimos en 5 minutos. Fuimos a comprar más y hasta la noche habíamos hecho un
negocio, Fue nuestro trabajo durante varios días. Lográbamos vender cerveza a personajes de todo tipo, de todos los países. La euforia colectiva nos resultaba favorable. Estaba prohibido la venta ambulante, igual nos dábamos maña. Se podía ver a la policía quitándoles cosas a otros vendedores. Un policía entrado en edad, sonriendo me dijo “argentino e muito malandra”, había observado nuestro movimiento, nos perdonó. Pero la adrenalina nos tenía cautivos, seguíamos vendiendo, tomábamos algunas también mirando partidos. Hasta un amigo de mi pueblo me encontré de casualidad por Copacabana, El Cucula Ponce, alto personaje, fue una alegría encontrarlo por ahí.

Esos días fueron de laburo bastante intenso, pero la camaradería y el entusiasmo estaban en armonía. Mezclarse en las masas escapando de la policía. Volvíamos cansados pero felices. Comprábamos comida, bebida, y nos íbamos a bajar la dosis de euforia. Varios días con esa rutina, se acercaba el momento de irme a Sao Paulo. Allá me encontraría en unos días con mi hermano.

Despertar en La placita en Urca era lindo, un paraje con botes de todos colores, personajes que habitaban el lugar, Rodrigo, Marcos, malucos que viven en las calles también. Compartíamos horas con ellos. Mi último día en Rio, me despido de mis grandes amigos Uli, Jenny, Gonza y Caro. Antes de irme voy a saludar a los malucos, uno de ellos estaba cantando, agarré mi guitarra y cantamos juntos “el tiempo no para…” Unos pibes que andaban por ahí comenzaron a rapear freestyle encima, Einstein, Christopher, Nalk, Alexander, chicos de la Rosinha. Salió algo
bastante energético, con el desalineado y desestructurado aura que tienen esos momentos felizmente fortuitos. Despedida que ya comenzaba a emocionarme abrazando fuerte a mis amigos malucos de Urca. Pasé por Playa Vermelha, para despedirme de Tía Elsa, Tía Rose, de mi gran amigo el Maluco Leo. Claudio, quien había venido con Gonza y Caro, se sumó para ir a Sao Paulo. Acercamos al Biyu hasta La Barra de Tijuca. Pasamos por la popular y conocida Rosinha, paramos un rato. Nos despedimos del Biyu, personaje que todos los días veía cuando arrancaba el día en Playa Vermelha, nos dimos un fuerte abrazo y con Claudio seguimos por iluminadas calles, cruzando alucinantes túneles.


Por Avenida Brasil nos íbamos de la capital Carioca digiriendo los sentimientos de despedida. Rodamos un par de horas por la Ruta Dutra. Paramos en un pequeño Posto a mitad de camino a comer y descansar. Al otro día, arrancamos, mate cocido y pan. Pasamos por algunos pueblitos, mucha industria y fábricas por esos lados. Llegamos a un gran Posto Petrobras en Guarulhos, del cual Ulises me había hablado,
Sakamoto. Un gran predio guardería de camiones. Dejé mi chata, no quería conducir por la gran ciudad, aunque tiempo después tendría que hacerlo. Claudio se quedaba para conseguir un camión y volver a Argentina. Nos despedimos con un abrazo, el viaje desde Rio fue bastante agradable, es un loco muy leído, charlamos muchas cosas y de los viejos clubes sociales en los barrios, de como esos clubes fueron desapareciendo. Tenía 50 km hasta Sao Paulo. Me estaba esperando un gran amigo tucumano, el Chango Alberto Villafañe.



No tenía idea como llegar. Tomé un bus, por las ventanillas de a poco aparecía, deslumbrando mi capacidad de asombro, la interminable metrópolis. Pregunto y me bajo en Estación Armenia, subo al Metro hasta estación Luz. Tomo un tren hasta Agua Branca. Me bajo, camino unas cuadras en el barrio de Lapa hasta llegar a las puertas del Gran Chango Villafañe en calle Fáustolo, a pocas cuadras del estadio de Palmeiras. Lindo reencuentro con el Chango, compañero de Facultad de Artes en Tucumán a fines de los años 90. Varios años sin vernos, nos
encontrábamos en Sao Paulo. Repasábamos, cervezas de por medio, nuestros últimos años, el hecho existencial del encuentro. El Chango vive hace un par de años por ahí. Participa en varios proyectos musicales, tocando tambores, música folklórica brasilera de distintas zonas. Pude ir a un par de intervenciones una en una placita de Vila Pompeia y otra en ciudad universitaria. Alto poder y mística en esos proyectos. Él vive en ese departamento con Aloisio, gran artista callejero y músico con quien compartimos buenas
charlas. Caminé bastante por Sao Paulo, Av Pompeia, Av Penteado, Av Arnaldo, Av Paulista. Fui a visitar a una gran amiga, Andreia Novaga, nos conocíamos virtualmente hace 15 años, y personalmente hace 4 años en Buenos Aires, Rosario y Córdoba. Este nuevo encuentro en sus tierras para su cumpleaños, con su marido y amigos. Tomamos, comimos, fumamos, todo lindo a pesar de que en ese mismo momento estaba jugando la selección brasilera, gritaron fuerte los goles. Hartas charlas tuvimos años atrás con Andreia, la primera persona que me acompañó los primeros kilómetros en la Infernal de Rosario a Córdoba.
Encontrarnos después de varios año en Sao Paulo, fue loco. Me encantó Sao Paulo a pesar del “No vayas a Sao Paulo, es muy peligroso”. Puede que lo sea, peligro publicitario, peligro por discriminación, peligro por racismo, peligro por estigmatización, peligro por marginación, el sistema en fin, que lleva a las personas a sobrevivir de alguna manera en las grande ciudades. En el estado de Sao Paulo viven 44 millones de personas, 22 millones en la ciudad, uno pronostica caos, pero al menos lo que es transporte está bastante organizado, en horas picos colapsan los trenes, como en toda gran metrópoli. Mi hermano estaba cerca de llegar.

Tren desde Lapa, un par de combinaciones subterráneas, hasta Tatuapé, y ómnibus duradero hasta el aeropuerto en Garulhos. Era de noche, las personas habían vuelto a sus hogares, la gran Sao Paulo estaba tranquila. Cargué el morral, auriculares escuchando Cafrune, Piazzola, Lisandro Aristimuño y El Cuchi Leguizamón como en esos ratos de eterna distancia en las rutas. En viaje a buscar a mi
hermano, más de un año sin vernos, las solitarias luces, las letras y ese rugir de los transportes que anestesian la existencia para los paseos mentales, conjugando nostalgia, alegría y las ansias del encuentro. Al fin el imponente aeropuerto. Espere un rato hasta que aparece Diego. Después de tantas rutas, tantos lugares y soledades, me reencontraba con mi querido hermano en tierras lejanas. Tomamos un café y nos volvimos. Era de madrugada, 5 am, bajamos del tren, caminamos por una pasarela algo misteriosa a esas horas, unas cuadras para llegar a lo del Chango. Descansamos un poco y nos fuimos. Altamente agradecido a mi amigo el Chango que tan buena predisposición tuvo para darme un lugar en su casa.


Llegamos a Santa Maloca un hostel en Villa Magdalena. Desde ahí nos movíamos, era una zona bastante tranquila a pesar de que por ahí abundan los bares, Mundial de Futbol reunía a miles de hinchas que disipaban su euforia amalgamando alegría y tristezas. Esos días con mi hermano fueron intensos, a media cuadra íbamos a un bar donde comíamos algo y veíamos los partidos. Conocimos en el hostel a dos cumpas tucumanos, Pedro y Horacio, altos personajes muy buena gente. Llegaba el día de nuestro partido, Argentina vs Suiza por los octavos de finales.

                                                     

Martes 1 de Julio de 2014, ARGENTINA - SUIZA. Día que quedará para siempre en nuestra psiquis. Entrar al Arena de Sao Paulo para ver el arte del Fútbol en su máxima expresión. Cuando el balón comienza a correr, de las entrañas brota química adrenalínica para adueñarse de nuestros sentidos. De niños en Güemes jugábamos al fulbo' en la canchita de la plaza (la pista), siempre había una chuti (pelota) para hacer un pan y queso (elegida) y arrancar del medio. Los que sienten por sus venas esa sensación, saben que no es solo andar detrás de un balón
como algunos dicen. El mundo está lleno de monopolios, en fútbol, comida, medicina, libros, cine, rock. La fifa es una bosta, pero como dijo Maradona "la pelota no se mancha", ya caerán algún día los malditos caranchos chupasangre. El fútbol es unión de Etnias, Generaciones, Amores, Religiones, Colores, Alturas, Platón, Aristóteles, Mozart, Salieri, Sexo, Enemigos, Amigos, Cumbieros, Rockeros, Les Poul, Stratto, Kombi, Trafic, Locro o Feijoada. A 20 cuadras del estadio nos dejaba el tren, comernos unos sándwiches en el distrito Artur Alvim, lugar pintoresco, muy humilde al noroeste de la gran ciudad.
Caminamos hasta El Arena Corinthians, a unas cuadras encontramos a un ex campeón mundial argentino René Houseman, Diego se dio cuenta. Fue muy loco encontrar una figura así en ese lugar, en ese contexto. Nos sentíamos muy emocionados de poder asistir a un partido en una copa del mundo. Había muchos personajes pintorescos de ambos equipos. Comenzamos a subir por las escaleras para llegar a nuestras ubicaciones. Estaban por salir los jugadores, comenzó a sonar Thundertracks de AC-DC en todo el estadio. Los equipos salieron a la cancha, situación deslumbradora.

El partido fue impresionante, con mi hermano viendo a terribles figuras y al mejor del mundo, Lionel Messi. Partido duro, cerrado, sufrido. Dos tiempos sin goles, y en el segundo tiempo suplementario una jugada magistral de Messi, pase a Di María que pone la pelota en el ángulo inferior derecho del arquero para el estallido de los argentinos que ahí estábamos. Ese fue el resultado, pura felicidad por esos ratos. Salimos del estadio, los niños brasileros en armonía con nuestra emoción. Me acuerdo entre la multitud un nenito como de 4 o 5 años llorando, tal vez tanta euforia alineada lo asustaba. Me saque la camiseta que mi hermano me trajo y se la di. La emoción del nene reemplazó a esa                                                                   camiseta como recuerdo de semejante evento.


La vuelta en el tren fue loca también, miles de argentinos cantando “Brasil decime que se siente….” pero la respuesta de los brasileros no tardó en llegar, por suerte solo con cantos, un simpático y emocionante duelo de hinchadas. En Santa Maloca conocimos gente muy buena, Edgar Dorta, Gustavo Ochoa, Cau Silva, Rafael, Adam, Carola. Con Diego aprovechamos para pasear por el parque Iberapuera hay unos museos alucinantes ahí. También por la gran Avenida Paulista, comercios, bares, gente parchando, arte callejero, edificios pintorescos viejos y nuevos, museos, la vanguardia y lo antiguo conviviendo.                                                                                                            

Tomamos caldo de caña con pastelitos, caminamos, encontramos a un ex futbolista el Luifa Artimes. Tomamos café en algún bar de la avenida, comimos, anduvimos por ahí. Hasta encontramos otro amigo de nuestros pagos, Bartolo Canudas, las casualidades seguían. Después de ganar Argentina a Bélgica en Brasilia, jugaba por semifinales en Sao Paulo. Fuimos con los amigos Pedrito, Horacio y mi hermano afuera del estadio, por las dudas pasaba algo y entrábamos, pero no fue así. Inmediatamente fuimos al funfest en Valle de Anhangabaú en el centro histórico de Sao Paulo, lugar de grandes manifestaciones
populares. Semifinal Argentina - Holanmda, ganamos por penales, todo el centro de sao Paulo se transformó en la gran fiesta Argenta entre los edificios históricos. Con Diego nos abrazamos emocionados. La final se jugaba en Rio de Janeiro. Nos fuimos en un micro con los amigos tucumanos. A todo esto pensaba en la Infernal, que estaría haciendo. Llegamos de madrugada a Rio. Nos tomamos el ómnibus hasta Copacabana donde encontramos hospedaje. Fue muy loco estar nuevamente en Rio, pensé que no iba a volver por un tiempo largo.


Faltaban dos días para la final, aprovechamos para recorrer un poco con mi hermano. El centro de la ciudad, Cinelandia, Las Escaleras Selaron, El Maracaná, donde encontramos a otro Güemense, Fernando Mazone. También anduvimos por Botafogo, mostrándole a Diego donde trascurrían mis días hasta hace poco viviendo en Rio. La Gran Final, Argentina – Alemania. Camino al fanfest otro encuentro fortuito, otro güemense, Adrián “El Zurdo” Gonzales en una de las esquinas de Copacabana, increíble tantas casualidades. Avenida Atlántica plagada de autos, colectivos, miles y miles de argentinos por todos lados.

Todo era una fiesta realmente, solo que a nuestro parecer, ya era medio cansador el cantito “Brasil decime que se siente…” todo bien el asunto del folklore en el futbol, pero que algunos personajes descarguen su ira existencial cantando a los gritos a una viejita que pasaba vendiendo, es como que es una cagada. Pero bueno, personajes los había de todo tipo, y el futbol nos reúne a todos. Había mucha más gente ahí en Copacabana que en el Maracaná, más de 200 mil personas, tremendo clima futbolero. Un día genial, el sol patrocinador energético y testigo de la gran masa que esperaba ansiosa el pitazo del árbitro.
Ya todos sabemos lo que pasó, gol del Pipita anulado que gritamos desgarradoramente, el gol que erró y el penal que no cobraron, el gol que erró Messi, el gol que erró Palacios, y el gol que… nos clavaron. El puñal en medio de un sueño, el desconsuelo de cara al mar, otra vez los gringos llevándose algo con muy poco merecimiento, pero así es el futbol. Se terminaba la historia que por esos días camuflaba la existencia del mundo futbolero, esa fantástica y magnánima tertulia del balón bohemio.
Quedó demostrado que un país latinoamericano puede organizar un muy buen torneo, sin hacer esas presentaciones ultra
excéntricas, más allá de la dicotomía social que el evento genera. En un momento comenzaron las cargadas de los amigos locales, lo cual no me pareció mal, los brasileros fueron excelentes anfitriones, pienso que si las cosas que he visto hacer a compatriotas míos, las hacían ellos en Argentina, tal vez hubiera sido distinto. La masa de 200 mil personas comenzó a moverse al unísono pisando sillas, vasos, mesas que volaban, no sé qué fenómeno intervino para
apaciguar el quilombo que estaba gestándose, pero todo se calmó. La Copa no nos la llevamos. Con todo el peso del inmenso dolor entendimos que al final de cuentas es un juego, la copa se la llevaron otros. Nos despedimos de los amigos tucumanos, Pedrito y Horacio. Mi hermano emprendía la vuelta. Lo acompañé a la terminal de ómnibus y nos despedimos. Fue muy loco verlo después de mucho tiempo y compartir semejante experiencia juntos, momentos alegres que siempre quedarán en nuestros pensamientos. Tomé un micro a Sao Paulo, en busca de la Infernal.
Llegué, hice noche en Santa Maloca. Mañana siguiente un rato al Museo de Arte de SP, también Calle 25 de Marzo (La meca de compras en Sao Paulo, miles de negocios no centros comerciales) busque unos regalitos para mi nena y me fuí. Retiré la kombi de Sakamoto en las afueras de SP y ahora si me metía en la gran metrópoli con La Infernal. Pasé por Santa Maloca a retirar mis cosas, muy amablemente Cau Silva una excelente persona, me ayudó con algunas indicaciones para poder salir de Sao Paulo por el Oeste.


El primer tramo todo bien, pero llegando a la Avenida de las Naciones Unidas, me equivoqué de salida desencadenando una desorientación de película en medio de una de las ciudades más grandes del mundo. La kombi 86, sin GPS, en hora pico inyectada en semejantes autopistas. Edificios enormes, millones de luces, aviones, helicópteros, acordes de una contundente obra caótica, mágica, misteriosa. La Infernal rodando de un lado para el otro entre cientos de miles de vehículos modernos.
Después de 3 horas de confusión, cruzo un enorme puente con forma de X, veo un cartel que restablecía mi sentido de ubicación. Manejé un buen rato, paré a descansar en un posto. Día siguiente arranqué temprano y le di derecho por ruta 374. A la altura de Santa Cruz do Rio Pardo la kombi comenzó con algunos problemas. Pare en un posto Estação Kafé, un restaurant que emula una vieja estación de tren. Un hombre de unos 70 años llamado Pernalonga se acercó, me ayudó con la kombi. Un personaje muy simpático y pintoresco. Tiene un viejo taxi Ford de los años 40 que es también la atracción del lugar.
Seguí las rutas, manejé mucho, ya de noche comenzaron de vuelta los problemas en la Infernal. Pasando por una ciudad llamada Arapongas. Dos Km después de un peaje y unas 15 cuadras de un posto, La Infernal por primera vez en un año y medio de viaje apagó sus motores. Caminé hasta el peaje, pedí ayuda, no me dieron mucha bola. Estaba en una colectora, no era una zona confiable para dormir. Comencé a empujarla con el arranque, con cada vuelta de llave el motor no encendía, pero con la primera puesta avanzabaun metro, así la lleve durante 15 cuadras.
El arranque peligraba, pero quería llegar al posto. Imaginen las miradas, una kombi sin luces toda pintada entrando a los sacudones. Mate cocido y a dormir. Al otro día me puse en contacto con un mecánico. Un mulato muy buena onda, tenía un brazo enyesado (de por vida), con una mano sacó el distribuidor roto. Así trabaja, un verdadero genio. Fuimos a su taller, me vendió un distribuidor que tenía por ahí, volví a las rutas. Quedaban unos 450 km para la triple frontera.
Sensaciones encontradas, entusiasmado manejé varias horas por lasúltimas ciudades brasucas, Assis, Londrina, Arapongas, Maringá, Campo Mourao.

Llegando a Cascavel (si con V). Había un embotellamiento por un accidente. Desvié por un gran boulevard, cuando pego la vuelta en U, veo un loco con un revolver corriendo hacia mí, comencé a acelerar, tuve suerte de ganarle unos metros. Por el retrovisor lo veo levantando la pistola como anunciando revancha, zafé de esa. Ya de noche estaba llegando a Foz De Iguazú. Era tarde, hacia frio, no distinguía los carteles por la neblina, paré a descansar en un enorme posto Ipiranga Gasparín.



Al otro día después de unos alentadores mates, con toda la alegría del mundo, estaba cruzando la gran Triple Frontera, volviendo a la tierra que acobija mi querencia.



VIDEOS DE LOS ARTISTAS QUE ENCONTRÉ EN BRASIL